Sobre las identificaciones de puta, cabrona, santurrona y machorra

Últimamente he estado analizando aquellas complejas maneras de llamar a una mujer: puta, santurrona, monja, tibia, tortillera, machorra, volteada, zorra, perra, cabrona… ¿Hasta qué punto nos sentimos ofendidas las mujeres con cualquiera de los adjetivos anteriores? Y no es que quiera hacer un comparativo entre el cómo llaman a las mujeres (incluso las mismas mujeres) y como llaman a los hombres, esto es más una cuestión de identidad y de cómo una se apropia de estas palabras.

Hay que revisar nuestro contexto, para que una mujer se sienta insultada cuando le llaman puta (por ejemplo) debe pasar un proceso de identificación en cuestión de segundos: ¿qué es ser puta para ella?, ¿cómo visualiza el término?, porque la palabra tal cual no dice nada, está respaldada por cuestiones individuales que han construido un entorno de interpretación: si mi mamá me ha educado para entender que puta es un insulto y no sólo una palabra sin valor que la gente usa para tratar de inferiorizar lo que internamente desea…

Esto me lleva a otro elemento, ¿será que la gente que usa este tipo de palabras para tratar de herir a otra persona lo que realmente busca es sentir un poco de propiedad o el querer llenar un vacío? Si, un vacío, un vacío que nos han enseñado a llenar cuando aprendemos que existe el bueno y el malo y que nosotros siempre tenemos que ser buenos, por lo que estos términos nos ayudan a identificar el malo… Aunque esto signifique que nosotros mismos somos un conjunto de muchos buenos y muchos malos.

Quizá sólo el valor de estas palabras lo determinamos nosotros, o concretamente, nosotras. Quizá si algún día sólo escucháramos cuando nos tratan de agredir con estos términos y miráramos a los ojos al emisor, quizá, sólo quizá, veríamos que a quien realmente trata de identificar, es a él mismo.

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